Los Boxers Amarillos.



No creía en cosas como éstas; me gustaba jactarme de mi idea de conciencia de que uno fabrica su propio destino, pero la seguidilla de mierda que ha aquejado mi vida el último año (2007 que te vas Tonight, Tonight) me obliga a realizar tal acto de autosumisión y vulgaridad: me puse boxers amarillos hoy. No creo que sirva de algo más que para decir que los tengo puestos o, a lo más, para que se rían de mí (siendo que son de mis favoritos y, admitámoslo, su facultad de corte anatómico los hacen muy sexies), pero bueno, he llegado a tal extremo de incertidumbre sobre mi futuro, que no está de más... intentar otros métodos de fabricación de destino.

Ahora veremos si realmente funciona.

Queridos boxers amarillos: para el 2008 quiero sacarme mejores notas en la U, dejar de ser tan pendejo, hacer más cortometrajes y ser mejor en ello, terminar por fin mi puto tratamiento dental, adelgazar y tener mejor físico, tener al fin un novio al que pueda querer y que me quiera y no sea una mierda, ser más sociable, ser más apegado a mi familia, conseguir un trabajo y comprarme mucha ropa en el Parque Arauco, y sencillamente que la felicidad no se vaya tan rápido. Eso. Gracias.

Quiero borrarte.



No me queda otra, Dr. Mierzwiak.
Quiero borrarlo.
Bórrelo.
Detesto su arrogancia, su falta de moral, su indiferencia. Es tan desconsiderado. Y es uno de los tipos más frívolos que he conocido en mi vida, es imposible hablar con él de algo que requiera un mínimo esfuerzo de intelectualidad. No valora nada que no venga de una tienda comercial. Todo es sin sentimiento, puro pragmatismo. Exuda cinismo.
Bueno, no sé, supongo que es atractivo, y por lo menos en la cama lograba ser tierno. Me hacía reír. Si no fuera por la cuestión de las relaciones interpersonales diría que es un tipo con mucha ética. Sé que en el fondo es una buena persona pero... necesita mucha ayuda. Y yo he tratado. He tratado. Pero no hay caso.
Bórrelo.
Bórrelo.

Las perras nunca se van al cielo.



Advertencia de escritura autorreferente.

Se me quedó la buena escritura atascada en el intestino. En fin, una cagada, jamás voy a ganar un Nobel escribiendo en un blog. Difícilmente obtengo lectores.

Soy una perra, a veces arrepentida, a veces orgullosa, otras veces simplemente una perra. La Navidad tiene la facultad de agudizar concepciones como ésa y de hacerlas evidentes. Soy una perra, chan!, una perra que escucha jazz y no sabe por qué dice que es perra en este medio, quizás por creer que por sólo decirlo dejará de serlo. Me fascino a mí mismo en el sentido de que jamás había visto tal caos interno reunido en un solo individuo. Yendo a pasar la Navidad 2007 a casa de unos familiares, junto a mis padres, pensaba (o pienso ahora y quiero añadirle literaturalidad al asunto diciendo que lo pensé en ese momento) en lo cínica que esta época. Los regalos, la comida, las sonrisas, las fotografías de masa, todo una fachada que la gente disfruta, o lleva a cabo con gracia. He detestado eso por eras enteras y como posteé por ahí, me carga que haya una época del año donde no pueda ser honesto y no sonreírle a la gente que no me place sonreírle. Pero me doy cuenta de que en aquellas reuniones pueden también haber retazos de una felicidad honesta, una mano que sirve la cena con sincera amabilidad, pregunta banal tras pregunta banal con un intrínseco deseo de conocer la respuesta aunque ya la sepa. En fin, que la fachada sea verdad. Y me asusta, porque tengo conciencia de mi propia posición al respecto, y de ahí la alienación que sentí este año, tal y como sucede con los otros. Mi sobrina de 3 años me entregó mi regalo, y era sorprendente, sentía una aversión tremenda por acercarse a mí. Mi madre le adjudicó su indisposición a besarme a la hostilidad de mi barba. Pero yo la vi bien; su semblante de infante, tan incipiente en demostrar una inteligencia profunda, tenía esa pizca de reconocimiento, como si supiera que yo miraba el evento de abrir regalos y aplaudir con la frialdad de quien sabe que la Navidad es sólo eso, abrir regalos y aplaudir. Ella lo sabía, por eso se resistía. Tal y como Richard Brown a los 5 años sabía que su madre quería morir.

Y la otra perra es la manipuladora. Pero de esa perra no quiero hablar, porque me manipula a mí también, y me dice que no quiere ser develada en este medio. Sólo me permite decir que está lastimada porque está conciente que ha destruido mucho más de lo que puede ser reconstruido. ¿Estás orgullosa? No, Leonardo. Pero no estoy avergonzada. Claro que no, eres una perra. Mira lo que has hecho. ¿No te basta con destruir lo poco de sincero que me queda y transformarlo en uno de tus juegos?

No responde. Igual que Kathryn Merteuil en Cruel Intentions. Somos amiguis.

The Jazz Boy.


Escuchando jazz, el tipo hurgaba la vida de la gente encontrando señoras de clubes que se sacan fotografías a la luz de las velas, con vidas que giran alrededor de libros de costura y senilidad y mujeres desoladas. Y se incluía a sí en esas fotografías, viviendo esas conversaciones sobre libros y sobre comidas y vestidos y mujeres de sesenta desoladas, encrespando manualmente su cabello blanco por ocio, mientras piensa que en alguna parte del mundo hay un chico de diecinueve que la lee, y quizás la entiende, mientras escucha jazz.

Charlie Kaufman y Paul Thomas Anderson escribieron mi vida.


Muchos tienen la mala suerte de tener una vida que parece escrita por Akiva Goldsman o Uwe Boll. Otros, fantasías trágicamente oníricas a lo Sofía Coppola, o netamente dramas existenciales como los que sólo David Hare puede concebir. Otros viven y actúan en base a lo que Nora Ephron pone en sus bocas y vidas (lo confieso, a veces quiero que Nora me diga qué decir), o más recientemente, Michael Arndt o Diablo Cody. Quienes tengan una vida más agitada verán a Paul Schrader en sus créditos, y lo más afortunados, a un Scott Frank o hasta los clásicos hermanos Epstein.

Yo, dadas las circunstancias que se han ido presentando en los últimos dieciocho meses, estoy bajo la pluma de Charlie Kaufman y Paul Thomas Anderson. No escapo a las conexiones freaks de Magnolia ni a los diálogos agudos y las situaciones inesperadas de Malkovich o Adaptation. Hasta creo que mi banda sonora la compone Jon Brion. Es 
en cierta manera excitante, en cierta manera aterrorizante. Le imprime un sentido de impredictibilidad a mi vida. He conocido gente de las formas más freaks posibles, y temo por que de la nada aparezca un cocodrilo al final de mi historia y me devore. O que en medio de una muestra de romance callejero empiecen a lloverme ranas en la cabeza. Quién sabe. Hasta eso me parecería medianamente atractivo.

¿Quién escribe vuestra vida?

RING RING. ¿Quién es?



Me cago en la leche. Escritura en libre asociación, está bien. Pienso en Geily. Pienso en los diplomas que tengo frente al escritorio en mi casa de Concepción (Licencia de Educación Media, Mención Honrosa Concurso de Cuentos 2003, Primer Lugar Concurso de Cuentos 2004) y de hace cuánto que no me siento un winner. Alguien que gana algo. Plata, u honor aunque sea, como los guerreros japoneses. He ido cayendo lentamente en la gradiente del Mr. Nobody, Don Nadie, John Doe. Toda mi vida he estado acostumbrado a ser alguien polémico, generalmente por ser el mateo del curso, por ser el fleto del colegio, por ganar huevadas, decir cosas apropiadas o indebidas, pero ahora, paf, anonimato, un hoyo negro vaginalmente desagradable. Es este ego de la puta madre, mi síndrome megalómano, la cosa que no se va. No tengo nombre de personaje famoso, es lo que más me enerva. Tengo el nombre de mi abuelo (cortesía de la originalidad de mi madre) y un apellido tan absurdo como anti-famous. Quizás si hubiese sido deportista... pero no, habría tenido que transar mi cerebro a cambio de un físico decente. Porque eso es para mí un deportista, un cuerpo. Sería deportista sólo por tener mejor físico y ser sexible, caminar por la calle y que me miren el culo y despertar explosiones hormonales. Al pico con los beneficios salubres del ejercicio, moriré joven, lo sé, esta cosa rara que tengo en la amígdala es de seguro un quiste cancerígeno o algo así. Pero al fin y al cabo prefiero ser un fofo anti-sexy inteligente que un deportista hueco. (Pero los deportistas siguen siendo famosos, los fofos anti-sexis no, Leonardo, tú lo sabes, lo entiendes, pero aquí estás, sedentario de la mierda, escribiendo en tu blog cuando deberías estar nadando, o teniendo sexo por último. ¿Pero dónde nado? ¿Con quién tengo sexo?)

Y entremedio de mi escritura:

( RING RING. Celular sonando. Puede ser Karla llamando para que nos juntemos de nuevo. La pantallita revela la identidad del individuo: SEBA, dícese de Sebastián Fuenzalida. Llama para preguntar si sentí algún temblor. No, Seba, estoy a mil kilómetros de Santiago. No siento ni mis latidos cardíacos. Estás fermentando del calor, vas en el metro, me dices que ya no te llamo ni te posteo y que si quiero que simplemente nos olvidemos mutuamente. Yo te digo que es una tontera lo que dices, que no te llamo porque no tengo plata, no te posteo porque lo he hecho antes y tú no los devuelves. Pero que por ningún motivo deberíamos jugar al Eterno Resplandor de Una Mente Sin Recuerdos y borrarnos mutuamente. Te reclamo lo de los no-carretes, lo de los no-cortes de pelo, que pedir una salida contigo es concretarla en el bicentenario, que nadie aquí en Conce me mueve el piso, tú te ríes y dices sí claro y yo no entiendo lo que quieres decir (lo sé, pero si te digo que no es para nada verdad tú me seguirías molestando), te digo que me quedan 70 lukas para comprarme ropa, que quiero que me cortes el pelo y tú me dices que me cobrarás, algo con un beso en la mejilla, yo digo que un beso en otra parte?, tú dices dónde, yo no sé, no sé, me cohíbo, te ríes, me río, es estúpido lo que estamos hablando. La conversación dura seis minutos exactos y después se corta la llamada. Yo dejo el celular en la mesa, lo miro por un rato, luego miro de nuevo la pantalla del notebook y no puedo seguir escribiendo por un rato.)

Y sigo cayendo en el abismo del loser. Me voy a ganar un premio por esto, el primero en mucho tiempo.

Un poco más fuerte. Más. Más.



"...mordía la almohada, literalmente, esperando. Se le venía a la cabeza la idea de que esto no era suficiente, pero no era el momento de decirlo. En este instante sólo puede pensar en la llegada del látigo en su espalda, en el dolor, la efervescencia de la llaga, y el placer. La delicia sangrante. Y pediría por más, y todo estaría bien, porque el sexo doloroso es lo único que los une ahora, el último atisbo de un hilo que se ha ido deshaciendo día con día, hora con hora.
Sebastián guarda silencio, y Víctor sabe que se aproxima. "Esto es -pensaba Víctor, en sus últimos momentos de paz inmoble- lo único que espero de ti ahora. Sólo esto. Esto termina, y vuelves a ser sólo un nombre."

Primer latigazo.

No se conocían, la verdad. No compartían nada. Ambos lo sabían. Ambos lo callaban.

Segundo latigazo.

Después de jalarse juntos (una o dos líneas) decían atisbos de la verdad, pero estaban demasiado inconcientes de sí mismos como para tomarse en serio. Y la verdad se perdía de nuevo.

Tercer latigazo.

Empezó a sangrar. Sebastián retrocedió un poco y Víctor sentía el ardor en su espalda. Esta sensación, fuera de todas las demás sensaciones que puede sentir un cuerpo, es la que más le llega, la que más lo completa. Porque es la más intensa. El orgasmo del dolor, mucho más intenso que el efímero orgasmo del placer, el exiguo orgasmo genital. El dolor se queda más tiempo."

La historia continúa explicando el por qué estos dos personajes sólo hallan unión en el sexo sadomasoquista, el por qué inflingir y sentir dolor es para ambos una manera de sentir que pertenecen el uno al otro, cuando todo lo demás en su relación es una bazofia, una ilusión satisfactoria. En su interior ambos saben esto, pero también saben que separados no son nada. Por ello están encerrados en su esfera de patética ignorancia voluntaria.

Se me ocurrió esta historia cuando, por diversas circunstancias, volví a pensar en la naturaleza psicológica del sadomasoquismo. No me considero uno, o al menos no uno propiamente tal. Pero sí he descubierto que al parecer mi única forma de verdadera conexión con alguien hasta ahora es a través del dolor, en mi caso psicológico, en caso de esta historia, físico. No sé, me parece un tema profundamente interesante, profundo como las llagas dejadas por un látigo, o por las secas indiferencias de una persona hacia otra.

Quizás haga un cortometraje con esto. Yo, por supuesto, seré el masoquista.

Decepciones al por mayor, por favor.

No puedo salvarme de una escritura indulgente, autorreferente y melodramática. No puedo partir diciendo que soy un ser anónimo, porque lo peor de todo es que soy una persona que anhela -culposamente- reconocimiento, de alguna u otra forma. Soy una persona con muchos nombres (dícese, Leonardo García Bello, Sebastián Roderick, y los otros...) que no puede sino ahogarse en su propio ego. Pero al fin... ¿no lo hacemos todos en algún momento?

El primer punto que curiosamente decidí manifestar hoy en forma de texto cybernético es aquella decepción reiterada que tengo para con la desagradable manía del destino de joderme una y otra vez. Hasta con alevosía, diría yo. Lo que pudo haber sido una simple reunión de amigos para recordar viejos tiempos se transformó hoy en el pináculo de mis decepciones. No hubo tal reunión. Y por causas tan nimias, tan patéticas, que en el momento de darme cuenta que aquella reunión encontraba su camino directo a la mierda, llegué a pensar que realmente nadie estima que yo sea una persona que se deba tomar en cuenta. No confundir esto con los atisbos de una autoestima baja (que de por sí adelanto, de hecho sí existe, pero éste no es el caso), es sólo que es imposible no llegar a pensar que el destino gusta de cagarse encima de uno, esas cagadas putrefactas que satisfacen al colon, con sucesivos fracasos de situaciones que pudieron perfectamente haber hallado lugar.

Es casi una privación de pequeñas felicidades. Desde que tengo memoria han ocurrido estas situaciones donde gente deja plantado, gente no llama, gente se queda dormida, gente no puede viajar conmigo porque en ese día y hora justo ocurre un evento de proporciones estratosféricas, gente olvida cosas, a la gente no le importa un carajo nada. Me enerva, porque uno ve que para todos los demás las situaciones funcionan, mágicamente esas personas que lo decepcionan a uno hallan el tiempo para estar con otras personas y dar lugar a las situaciones que yo demandaba de ellas. No sé, ¿alguien puede explicármelo? ¿Alguién puede obviar el melodrama de este texto quejumbroso y autorreferente y analizar meticulosamente el hecho hasta darme crédito por esta incipiente decepción para con la vida que tengo? Y una vida de apenas 19 años. Me pregunto cómo será el resto.
 
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