Magnolia.


I do have love to give, I just don't know where to put it.





Y entonces cayó la pistola del cielo.

...

Lo sabía.

Se terminaron las risas.

Y volvemos a lo mismo.


No puedo negar que la cosa se ha vuelto mejor con el tiempo, con el pasar de los prospectos, pero aún, se me hace mentirosa la idea de no reconocer también el deus ex machina peyorativo que he olido aquí desde hace ya tiempo.

Cae de tejón que uno aprende mucho con estas cosas, con los fallos, con las caídas, con las lágrimas derramadas, porque uno crece como persona, como entidad romántica, como todo, pero llega un momento en que se hace inevitable preguntarse: ¿hasta dónde creceré? ¿Necesito acaso ser un gigante monumental en lo que se refiere a la magnitud de madurez emocional para que pueda estar con alguien sin que la llama se apague al primer esbozo de brisa?

Mucha gente dice que soy un gran sobreactuador. Es obvio -y lo hago concientemente- que exagero a veces en mis expresiones, pero me molesta sobremanera que se subestime y se trivialice mi forma de sentir las cosas. No puedo hacer que nadie se ponga en mis zapatos y comprenda a cabalidad lo que he sufrido en esta puta vida y el cómo me ha ido deformando mi perspectiva sobre el amor (hasta el punto en que ya terminé por perderle la fe), y en verdad me mortifica la situación.

Sin embargo, esta vez fue tan distinta. Recuerdo estar frente al último prospecto en la ya regular situación de estar terminando la relación, y me vi a mi mismo sumergido en un momento tremendamente absurdo, como una mala película. Pésimas actuaciones, un guión completamente ridículo, tanto así que mientras lloraba las lágrimas de rigor no podía contener la risa. En verdad sentí que en ese momento se hacía absurdo todo, el momento mismo y la repetición de éste a lo largo de todas mis relaciones. Simplemente ridículo. Todo era un script, un mal script, y también me siento algo mal por haber estado diciendo cosas que en verdad no sentía. También quería terminar, estaba asqueado ya, pero de alguna manera debía continuar con el guión. Para colmo, no le compré su rol en absoluto. Fue lo que más odié; una interpretación tirana, y mal hecha, de alguien que tenía una cita para el té dentro de 5 minutos y que debía terminar la charla lo antes posible. Y se notaba que no había nada detrás de aquella actuación, ningún trasfondo, ningún respaldo de lo que decía el guión respecto a meditaciones sufridas y decisiones difíciles. Nada. 

Y por último, lo mejor: cuando nos separamos para ir cada uno a sus respectivos hogares o sus fiestas de té para celebrar la generosidad de una vida sin el peso de una relación absurda en la que nunca se creyó, ocurrió algo demasiado cinematográfico: no sé si él lo escuchó, espero que no, pero apenas nos separamos tuve un ataque de risa. Un feroz ataque de risa. Era verdad: ahí había estado la absurdez misma de la vida. Las actuaciones, el guión, todo, era de una calidad tan ridículamente mala que era presenciar la peor escena de la peor película de Ed Wood. Por eso ahora el yugo es casi nulo, y el sufrimiento se remite sólo a pormenores: se trivializó tanto la situación que ya es un chiste. Es inverosímil, y caminando de vuelta a casa me di cuenta de que en verdad la vida es un grandioso e hijoputesco chiste.

Veremos hasta cuándo me dura la risa.

Poll.


Encuesta abierta:

1) Leonardo es una buena persona y no se merece que le pasen cosas malas.

2) Leonardo es una mala persona y se merece sufrimiento y penurias por la eternidad - o en su defecto, por mucho tiempo.

Vote ahora, vote ya.

Voyeur.




¿Hasta qué punto el cineasta debe ser voyerista?

Imaginarse la intimidad de la gente que lo rodea -y disfrutar haciendo esto-, ¿es considerado aún saludable para el artista, o ya pasa a ser una enfermedad?
 
Copyright 2009 The Minutes, The Hours, The Years, The Eras.. All rights reserved.
Free WordPress Themes Presented by EZwpthemes.
Bloggerized by Miss Dothy