Old Videos


En serio, alguien tiene que detener a esta gente que confunde el dolor con el placer, y no a quienes se atan de manos y se ponen bolitas en la boca, sino aquellos que se masturban viendo las vidas de otros, la felicidad de los otros, las intimidades de otros. Esos que buscan hasta encontrar aquella foto, aquel video, aquel texto que acuse la existencia de un otro, de una otra realidad de la que sabía un poco, pero de la que me ocupo de saber más. Buscar el cómo vivió tu amiga cuando se fue a Inglaterra, fantasear con vidas alternativas si hubieses tenido la remota oportunidad de haber ido con ella, ver videos de tus exes con las parejas que vinieron después de ti, esperando ver aquel esbozo de sexualidad para saborear la tortura ácida de decirte a ti mismo, "él hizo lo mismo conmigo", y acabar incluso con los besos, con las caricias, con las sonrisas, con cualquier fragmento momentáneo de felicidad que te humille al reduccionismo de asumir que tu propia existencia depende de otras... y lo peor de todo, el semen, el semen, autoimagen vapuleada, acabar queriendo ser otro, pero en el fondo queriendo permanecer como el mismo espectador pasivo, con la mano en sus genitales, listo para vivir la cotidianidad de aquel que envidia porque simplemente, la vive mejor. Para vivir sólo hay que hacer eso, vivir, y no estar conciente de hacerlo. Alguien tiene que detener a estos perdedores que se mutilan emocionalmente minimizando sus alegrías propias al goce ajeno, y ni siquiera eso, porque la mecánica de esto, el gran perro mecanismo de esta porquería, radica en que disfruto al sufrir comparándome con otros, comparando mi miseria, mis llantos, mi pasado, con el de otro que estimo mejor. Y eso es lo que hace a este sujeto acabar, desdoblarse orgásmicamente, "la pequeña muerte": ver la felicidad de otros y asumir que la propia es imposible.

Alguien que los detenga, de verdad.

Höstsonaten


Sé que lees mi blog de vez en cuando, por eso tomaré mis chances y escribiré esto pensando en ti. Ayer vi una película llamada Höstsonaten (Sonata de Otoño) de mi director favorito, Ingmar Bergman, no sé si sabrás. Probablemente lo sabes, probablemente no. Es sobre una hija madura que recibe en su casa la visita de su madre, a quien no ve hace mucho tiempo. En su estadía se develan muchas trancas existentes entre ambas, particularmente la incapacidad de la madre por amar a su hija y los efectos que esto tuvo en ella, y en su relación. Hay una escena que me hizo llorar, sabrás tú, porque me recordó a nosotros, a tí y a mí. Sé que no podemos compararnos de ningún modo, tú siempre has sido una presencia constante, pero la manera de exponer esta conexión tan dramática y extraña que se produce, inevitablemente me llevó a ti. Tengo muchas cosas malas, muchos defectos, muchas formas inapropiadas de decir las cosas, de exudar desprecio, desdén e indiferencia en mis manerismos; trato mal a la gente, en especial a los que me quieren, y tú, al parecer, eres la persona más perjudicada siempre. En la película, la hija se llamaba a sí misma la purgación de los pecados de la madre, como si la transferencia del pecado fuera generacional y más aún, enraizada en los lazos afectivos. A quien quiero le traspaso mis desgracias personales. ¿Es verdad? ¿Es verdad que soy lo que soy porque tú lo fuiste antes? ¿O lo eres? Yo al menos quiero creer que no, y creo fervientemente que no; estás lejos de ser una persona perfecta, pero qué más maravilloso que la imperfección; generación por generación nos vamos pasando imperfecciones y así nos convertimos en seres humanos, rebozantes de imperfecciones que otros seres humanos rellenan queriéndonos. Me diste, entonces, todo lo humano que soy, todo lo que lloro, todo lo que amo, sin importar si me aman de vuelta o no. Soy muchas cosas y seguiré siendo muchas más, pero que te quede claro: nada de lo terrible que soy se debe a ti. Eres secretamente la persona que abrazo por la noche cuando me siento solo, cuando me han roto el corazón de nuevo, cuando quiero celebrar otro de mis pequeños triunfos. Estoy orgulloso por tenerte.

A Cristina, mi madre

Leonardo.
 
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