Que Los Poetas Suban Al Estrado


Voy a empezar a publicar los cuentos que escribía en la Media =)

Hoy : Que Los Poetas Suban Al Estrado.

Aún a estas alturas desconozco las razones concretas por las cuales siempre soy yo el huevón que termina parado frente al público escupiendo el discurso de turno, como si todas las brújulas del mundo apuntaran hacia mi cabeza. Y sí, es cierto que leo mucho, que imito a Cortázar y a Borges y a cuanto genio se atreva a pasar por mis manos, pero eso no me califica como el sapiente de todas las bondades del mundo, menos aún en un contexto tan visceralmente delicado como es esta licenciatura mala vida. Aún no estoy listo para afirmar que los libros son también un mecanismo de maduración, que el conocimiento de la moral y el camino correcto vengan con la literatura (difícilmente prendo un fósforo, qué será en estos terrenos), así que no me vengan con la mierda de que mi nivel cultural justifica las noches de devoción a los borradores, que cuidadito con ofender a los profes, no discriminar a los porros que se arrancaron las uñas tratando de aferrarse al 4.0, no otorgar indirectas sobre los nerds que por fin perdieron la virginidad este año (con seres humanos), nada de ponerse rojo en el estrado (políticamente hablando), y una seguidilla de impronunciables e infinitos etcéteras.
Pincheira me mira con aquellos ojos que me llaman receptáculo de todas las esperanzas, “UD. puede hacer historia esa noche”, al tiempo en que escarbamos el vasto mundo de las frases de bronce en busca de una que calce con la ocasión. Yo, por mientras, pensando en el inexistente carrete de las horas ulteriores al evento, en la casa del amigo que nunca tuve, bebiendo todo el evanescente alcohol que me haga caer en los brazos del Morfeo que me susurra al oído todo lo que perdí mientras los años corrían como la arena en el reloj árabe. Nada difícil era abandonar los cuadernos, el egocentrismo alimentado de saberse el mejor de la clase, y entregarse al mundo como llegué, desnudo de precauciones, enfrentando el oleaje ácido que azota en la cara a todas las personas con zapatos en esta tierra. La verdad es que no sé nada; todo lo que me enseñan es lluvia escurriendo por un impermeable de indiferencia; a los cinco años descubrí que era el único pendejo que no sabía contar del treinta en adelante y todo mi mundo se desplomó como las Torres Gemelas. Me agobia mi ignorancia, y ni siquiera soy sabio por admitirla. Simplemente no he vivido, y cuando pienso esto y se me nota en el semblante, Pincheira me mira y debe sentir lástima, mi corazón ha estado latiendo por casi veinte años y late por nada… por películas, por libros, por amores de fantasía que me soban el ego, y por las lágrimas de los desengaños quiméricos que producen. No puedo escribir un discurso sobre la vida si no he vivido, profe. “Qué le parece a UD. si escogemos aquella cita de Cortázar, la de su cuento, ¿cómo se llamaba? ¿‘Perseverancia’?”
A la hora de almuerzo me siento solo. Pienso en aquel cuento, y en su significado, y me encuentro con que soy un hipócrita patético, de esos que inducen al vómito, en la onda de los sacerdotes pedófilos. No hay esperanza; vivo en la mácula de la existencia, haciéndole creer al mundo que es bella. Te fallé, Julio; pongo los pies en las casillas equivocadas de la Rayuela, y en vez de llegar al Cielo llego a la boca del infierno, al Limbo en donde todas las caras son mi cara y los miedos juntos de todos son mis miedos concretados.
La frialdad de los tallarines me quema la lengua, en ese asqueroso juego de contradicción, como yo y este casino, atestado de grupos, de conversaciones desconocidas, de historias completas, donde uno no es ninguno, y el uno que hay es uno que no importa. Cuatro años en este lugar, al lado de la misma gente, y nunca un esbozo de camaradería. Yo siempre aquí, en mis coordenadas sin cambio, enviando radioseñales si necesitaba comunicarme, y jamás una reducción de distancia, un intercambio de alientos, una sonrisa compartida, un cosquilleo de yo te comprendo y tú me comprendes. Cuatro años vacíos.
En el sopor de la cena me percato que mis padres viven en el mundo de Bilz y Pap, donde mis creaciones son algo así como la regurgitación de una rosa en primavera; todo lo que escribo es hermoso, laureado como una novela de Capote, y no producto del exorcismo de mi alma condenada, ese rito continuo que se lleva a cabo hasta en los lugares más recónditos de mi cotidianidad. Estoy vomitando mi otra adolescencia, progenitores míos; mis dedos tipean la realidad alterna de un chico que no fue jamás el maratonista sino el que observaba las carreras con recelo, nunca el popular sino el objeto de su risa, nunca el normal sino el escritor, en resumen el chico que nunca fue nada, y juego con Brian, mi jubiloso hermano gemelo invisible, a que intercambiamos mentes y retorno al mundo como un nuevo yo, enérgico como un poseso, redimido de mis pecados de engreído, de inmaduro, de escritor pirata.
Brian, ayúdame, hermano mío, estoy a cargo del maldito discurso de licenciatura de cuartos medios y estoy aquí, encerrado en la esfera que me chupa la vida, comiendo lo que queda de mis uñas de mina, enfrentándome por fin a mí mismo y a todos mis dioses literarios. Me juzgan San Cortázar, Santa Woolf, San Orwell, San Kipling, y todas las deidades del Panteón Literario, y creo que no sobreviviré al juicio. Las palabras rebuscadas no me salvan, Brian, un cuento no podría mentir y decir que tengo palabras de estoicismo para estos ochenta cascarones rompiéndose. ¿Las palabras son mágicas, Brian? Bésame la frente. ¿Las palabras son mágicas?
Me susurras al oído la respuesta.
***
Llegado el día y la hora – 8 de diciembre, 9.30 PM- la multitud musita los últimos comentarios antes de proceder con los aplausos de rigor. Pincheira en un rincón oscuro del salón, como el co-autor anónimo de la fragua descomunal que impresionará a las masas expectantes. Desde el fondo veo a mi hermano subiendo al estrado, con esa vergüenza tan real como él mismo, para suspirar y examinar al público cual muchacho abriendo una revista para hombres. Pasa el tiempo, y no hay palabras. Nada de nada, sin respiración, sin aliento, sin palpitaciones, sin una intención de moverse. Pincheira invoca el auxilio de sus Autores. Y en el pavor de la verdad, entiendo al fin.
Te veo al fondo de la sala, Brian; no dejas de ser estúpido, para qué te escondes si nadie puede verte de todos modos. Yo y mis cojones, queriendo poner mi nombre en la lista de los valientes echando el discurso al fuego, como siempre, Brian, desafiando al destino como si fuera el protagonista de una de esas asquerosas películas de héroes invencibles. Y confié en tu susurro, aquel infundado susurro, y heme aquí parado como el huevón que soy, esperando que me caiga la piedra en la cabeza y desde los Cielos arribe la inspiración. Piensa, ¿qué diría Neruda, qué diría Rimbaud, qué diría mi Sumo Pontífice Cortázar…? Dos silencios y una piedra en la cabeza. A la mierda todos ellos, nunca me soplaron lo que venía después del treinta, no les debo un pico de culto. Están todos muertos, ni cagando son ellos los que me juzgan. Ahora, ¿qué ves? Obsérvalos a todos, y di lo que ves.
Algunos balbuceos antes de que fluya el poema.
Un vasto silencio, Brian; un silencio de años, labios sellados de miedo, saludos nunca pronunciados. Veo un espectáculo de rostros que nunca antes había visto, como los personajes de una novelaza cuyas páginas centrales decidí saltarme. Me tiemblan las piernas, Brian, llegué a la salida de una etapa sin haberme detenido a ver el camino, y tengo un terrible sentimiento de impertenencia, de desubicación; reconozco que soy el menos indicado para estar aquí, donde todos me miran, donde todos me juzgan… porque eso es lo que hacen, Brian, se preguntan que quién soy yo para estar aquí de pie frente a ellos, frente a ustedes; el ausente, el que jamás fue capaz de reconocer que ese roce en el pasillo no era un accidente, sino un intento desesperado del cuerpo por tocar al prójimo, por sentirlo cercano, real, alcanzable, asequible. Nunca estuve allí para nadie, y me pica el bicho del arrepentimiento. No puedo compartir el futuro como ustedes, que se tuvieron siempre; me golpea ahora la verdad que me ha perseguido desde la eternidad: para avanzar no debemos hacerlo con los pies de otros, sino junto a los otros, en ese acto de enfrentar la vida como una humanidad conjunta. Brian, me perdí tantas amistades perennes que se quedaron en el tintero esperando su lugar en mi historia… por el ego. Un falso ego. En mi posición, lo único que puedo decirles a ustedes es que Hubbard hablaba con la razón: un fracasado es un hombre que comete errores pero es incapaz de convertirlos en experiencia. He ahí la verdad absoluta. Al menos ahora me marcho con la satisfacción de haber aprendido –al fin- algo valioso. Me alegra no ser un fracasado, me alegra en cierta forma ser también como ustedes. Como ellos, Brian. El futuro no era mío, el futuro era de todos.

Un último y devastador silencio. Analizo el panorama y sólo hay rostros anonadados, perdidos en la reflexión. Hasta mi hermano cae en ese trance, desviando la mirada hacia un horizonte oculto más allá de las paredes del salón. En la atronadora ausencia de señales de vida, Pincheira suspira aliviado y comienza con los aplausos; le sigue el resto de los presentes como una reacción en cadena. Mi hermano despierta, sonríe y baja del estrado. La ceremonia comienza.
Cuando le llega el turno de recibir el diploma, se levanta con un orgullo renovado, jubiloso, y entiendo que ya vivo dentro de él. En el desorden del cierre del evento, lo veo sonriendo.

- Fue de esos discursos que consienten el alma –le dice acercándosele Pincheira-. Disculpe lo poco, es mi poesía barata.
Ochoa ríe.
- Gracias.
- Pero una pregunta. ¿Quién es Brian? Lo nombró tantas veces que…
- ¿Carlos? – un tercero interrumpe a Pincheira para acercarse a Ochoa- Bacán tu discurso… Oye, hay una fiesta de curso en mi casa, ¿querí’ venir? Vamos a quemar los uniformes.
Un delicioso silencio de absolución alcanzada.
- Claro que sí –dice Ochoa, esbozando una sonrisa-. Voy por mi chaqueta.

1 personas cumplieron su misión:

Vivianars dijo...

Carlos, siempre comprendí porque te ganaste muchos premios, ahh, como que siempre tu escritura me envuelve y me llena de ese sarcásmo natural de ti.
Recordé ese estúpido día, con el maldito uniforme y la luz que hacia que todos estuvieramos sudados. Diablos, y yo que le tiré la caja de cigarrillos Lucky Strike a la Pame en la fila por el regalo de licenciatura cuando estaba ahí el Director y toda la junta de autoridades... y ese maldito casino que apestaba a orégano... puedo sentir ese maldito olor que se mesclaba con el chocolate y las frugele que me metía de a 5 en la boca con la Pame para parecer más idiotas de lo que éramos xD

 
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