H.



A veces hasta tu silencio me basta.
Porque en tu silencio muero por el instante justo,
el segundo delicado y fugaz,
donde me imagino tu eco volándome a ras de piel,
a ras de los pelillos coquetos (que danzan cual juego de niños)
el eco grandioso que me mantiene muerto cuando quiero estarlo,
dejando que me recorras y me mortifiques,
(me seduzcas y me tortures)
desfalleciendo sumido en la excitación de esta muerte,
esta muerte que amo por tu silencio,
este silencio que me bastaría si enmudeciera el día.

Pero viértase mi sangre si aquel día llegase,
porque ni tocar tus labios podría, ni besarlos hasta el hastío como quisiera,
ni admirarlos, ni sentirme aliviado por su existencia aunque no pudiera verlos.
Porque ya la noche me asfixia cuando no puedo verte,
y es un placer menos del que me priva el mundo.
Y tengo que buscarte en la oscuridad con la mano en el aire,
y de repente piel, cabello, la brisa de tu respiración con un dedo sobre tu labio,
y la paz cálida de la mejilla que no toca la almohada.
Te encontré.
Y jugamos a que te moldeo la cara, con mi dedo te delíneo completo
Vas saliendo de mi piel, vas saliendo de mí como te imagino y te recuerdo,
pero no hay manera, no la hay, de que seas más perfecto
de cómo eres por la mañana.

Y es a la luz de las nueve,
cuando tu sonrisa me despierta,
(cuando tu sonrisa me devuelve la vida)
que me permito a mí mismo seguir muriendo.

Para H.

de Leonardo García Bello.

Febrero 2008.

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