Synecdoque, Providencia


Uno tiene 20 años y teme que la vida se le escape de las manos; a uno le dicen que no se preocupe por los problemas propios de la edad porque los reales problemas vienen a los 30, a los 40, y los 50 en sí ya son un problema; a uno le dicen que sus problemas no son nada comparados con el hambre y la miseria de un niño africano y que debería agradecer todo lo que tiene.

Sí, uno tiene todo lo que necesita, pero no lo que quiere. Uno tiene todo para ser feliz, pero no lo es (¿cierto?). Uno no tiene que pensar en el niño africano que muere de miseria y de hambre, porque disminuye al niño africano que muere de miseria y de hambre a un estatuto comparativo, como recurso de auxilio en caso de que uno sienta que el carrete cancelado del viernes o un 4,8 en el último examen propician la instancia del suicidio. El niño africano no tiene que redimirnos de nuestra propia miseria. Que los problemas de verdad vengan a los 30 y los 40 es una falacia, los problemas siempre son reales en tanto que son homologados a la escala etárea y contextual de su gestación. Por muy patético que parezca, un quinceañero siempre sentirá que el peor suceso de su vida es que su madre canceló su cuenta Gold de Fotolog, y tendrá las ganas de suicidarse. Un veinteañero que se sienta solo en el mundo porque no recibe el cariño que quiere y tenga cuestionamientos existenciales porque su manera de ser le exige el cuestionarse su estar en el mundo, no es menos que un sobre azul o un recorte de sueldo o una ecografía de quintillizos. Estar solo no es menos que cualquier cosa.
Y esta manifestación escrita que Ud. califica de infantilismo agudo puede ser tal, pero se encuentra invalidando una postura honesta. No lo estoy atacando a Ud. por su garrafal habilidad de manejar la vida, así que no emita juicios sobre mi incapacidad para lidiar con ella.

Y es por eso que a ratos me siento como Caden Cotard (Synecdoque, New York), tan ambicioso y disperso que la vida se le va de las manos al asumir los conflictos de la existencia como cotardcéntricos. Uno siempre asume que los problemas le afectan a uno (porque le afectan, claro está), pero resulta casi maravilloso ver que uno como individuo siempre es una relación, y cómo transversalmente el problema no me afecta sólo a mí sino a quienes me rodean. Y lo peor que puede hacer uno es mantenerse ciego al respecto.

Lo que me une a mí con el resto del mundo son nuestros problemas. Así que no me digan que los problemas de verdad aún no vienen.
 
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